domingo, 20 de julio de 2014

La monja loca

Siempre hay una monja alemana o gringa que viene a tocar la guitarra en algún momento y nos jode la existencia a todos los pendejos recién levantados y en plena formación.

Es que no se le entendía ni una mierda, pasé la mitad de la canción aplaudiendo e intentando descifrar lo que vociferaba. No quiero parecer un hueón antipático, encuentro valorable ser una persona devota y que busque la santidad, algo que sinceramente yo no podría hacer. Es que no le entendía.

Estaba en el despertar sexual, mi pico era una magnificencia, una oda a la creación del hombre y cada gota de semen que le salía era un agradecimiento a la Pachamama, cómo podría abandonar eso por la abstinencia y cantos con pandero. Nope.

Se notaba quiénes eran los pajeros, los que tenían polola, los que eran papás, los que tenían polola y les gustaba el pico, los que aún tenían el sello de garantía como yo, etc. Lo que más se notaba eran las ganas de que la señora se vaya para la casa y nos deje entrar a la sala, porque estábamos cagados de frío.

Ese día no aguantaba más, salí de la fila y me fui al baño. Eran pasadas las 8 de la mañana y el muchacho, que se despertó antes que yo, andaba motivado. No pude sonarle los moquitos temprano porque me quedé dormido, así que como el pico mueve al mundo, ahí estaba yo en el baño haciéndola corta, muy corta.  Tan corta que pasé piola como que había ido a orinar.

La monja seguía cantando y yo aplaudiendo, pero ahora con una sonrisa.

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